El 21 de enero de 1673, el brillante sol mañanero que acostumbraba a irradiar a la ciudad en la angostura del pequeño istmo descubierto un siglo antes, no encontró en su sitio a la pequeña pero importante población. Esa mañana, hace 350 años, la ciudad de Panamá abandonó formalmente el rincón que había sido su hogar durante 154 años.
La ciudad de Panamá, se trasladaba como consecuencia de un atroz ataque pirata que desató un incendió, que acabó con la ciudad dos años antes.
Han pasado 350 años desde que la ciudad se mudó a la región que ha sido su casa desde entonces, aunque el desarrollo y la modernidad ha ido llevando los asentamientos humanos hasta donde estuvo por primera vez y mucho más al este.
Al dispersarse el humo solo quedaba una gran desolación interrumpida vestigios de unas pocas viviendas, instituciones, conventos e iglesias.
Unos sobrevivientes exhaustos intentaban sepultar los cuerpos mientras otros, trataban de salvar alguna pertenencia escarbando entre las cenizas que quedaban el fuego.
El 28 de enero de 1671, el corsario Henry Morgan y sus tropas se habían enfrentado a los colonos en una lucha desigual comandada por el Gobernador Juan Pérez de Guzmán en la Batalla de Matasnillo, en las afueras de la ciudad.
Bajo su autoridad como Gobernador, había ordenado poner barriles de pólvora en las viviendas para detonarlas cuando los forajidos ingresaran a robar, con el consecuente incendio que devastó el lugar.
Tras la conquista inglesa en 1655, Jamaica se había convertido en un nido de piratas y corsarios dispuestos a atacar navíos y ciudades españolas; primero Portobelo, luego Maracaibo y finalmente Panamá sucumbió al asedio.
Venidos por mar, expertos guerreros diezmaron en Tierra Firme a una población poco entrenada en batalla dejando atrás una comunidad herida, acorralada por el hambre y más expuesta a las enfermedades.
Durante casi un mes, resistieron el saqueo invasor que con brutales torturas, obtenía las ubicaciones de los tesoros escondidos, muchos dentro de los pozos en el poblado.
Por decisión del virrey, ratificada por el Consejo de Indias el 8 de septiembre de 1672 y luego el 31 de octubre, la reina gobernadora, Mariana de Austria, en nombre de su hijo Carlos II, expidió la real cédula que ordena el traslado de la ciudad al lugar conocido como ‘Sitio Ancón’.
Fue a Don Antonio González de Córdoba, Gobernador, Capitán General de la provincia de Tierra Firme y Presidente de la Real Audiencia de Panamá en responsable de dar cumplimiento a tal disposición.
El 21 de enero 1673 se hizo formalmente el traslado de la gente, de sus instituciones religiosas y gubernamentales, hacia un emplazamiento con una ubicación más segura.
A los nuevos ocupantes se les resarció con solares libres de impuestos.
Para edificar y fortificar la nueva urbe se reutilizó material recuperado de la antigua ciudad y otro sustraído de una cantera cercana.
El trazado urbano dibujaba una retícula perfecta, la axialidad hacia los cuatro puntos cardinales dieron centralidad a una Plaza Mayor, que sería rodeada de casas de madera con sus mismas órdenes religiosas.
Con espacios reservados para el Cabildo, la Catedral, la Real Audiencia y otros edificios de gobierno, también se dio lugar selecto a residencias para las familias acomodadas.
El convento de La Merced erigido en 1522, que se salvó del fuego, resultó un ejemplo de continuidad, pues fue desmontado piedra por piedra y se reedificó donde actualmente se encuentra, con su misma fachada.
La ciudad amurallada se extendería más allá, hacia los arrabales de Malambo y Santa Ana, fuera de la posición defensiva, y como parte de la división de clases sociales: intramuros y extramuros.
Don Antonio Fernández de Córdoba, un experto en construcciones militares no vivió para llegar a ver esta obra defensiva.
Ahí frente a un mar con relieve rocoso, a 8 kilómetros al este quedó atrás Panamá La Vieja, aunque referencias arqueológicas evidencian la continuidad poblacional de quienes se resistieron a abandonar lo que consideraba su hogar.
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