Noticias

Publicado en: junio 18, 2024

Río Abajo, antiguo hogar de calypsonians y el jazz cumple 87 años

Damas y caballeros, gente rica y no tanto se juntaban para disfrutar del ambiente creado a la sombra del jazz, a tirar unos pasos y admirar a los mejores calypsonians de la época en una excelsa mezcla multirracial.

Era el Río de Abajo de los años 50.

Ataviados con sus mejores galas acudían a las populares boîtes en el prolífico negocio del entretenimiento que se daba de un lado y otro de la Vía España, antes de que existiera Parque Lefevre.

Zona de calipsonians y jazz

Jazzistas gloriosos eran el encanto de este sitio obligado para los amantes de la vida nocturna.  Una vía repleta de salas de fiesta amenizadas por artistas nacionales e internacionales, reconocidos y emergentes.

El irrepetible Maximón Rodríguez, el cuarteto de Bad Gordon, Víctor Boa y su piano, Jhonny Beach, Bárbara Wilson, Violeta Green, el gran Lord Cobra, Kon Tiki y Charlie Parker resuenan aún en el recuerdo de fieles admiradores.

Adeptos a la época de oro resaltan por su memoria de los ritmos tradicionales, la su lírica y su inigualable capacidad de improvisación.

Eran El Royal y luego El Royalito, Le Marrot, El Espejo y Jack Pot, El Alcatraz luego el Morocco y el Rancho Grande solo algunos de los lugares conocidos, donde también se derrochó talento en la salsa y el bolero.

Para los nostálgicos sobrevive La Kelvin donde ‘los muchachos aún se reúnen para beber cerveza y a jugar billar.

En el mismísimo lugar donde en la tarima hacían espacio baterista, trompetista y bajo que acompañaban las excentricidades de La Lupe.

Esta es la historia

Hacia 1914 grupos de antillanos procedentes de las islas Caimán, Jamaica, Martinica y Barbados que llegaron para trabajar en el canal de Panamá se establecieron improvisados caseríos en las márgenes del Río Abajo que atravesaba esa parte de las afueras de la ciudad.  De ahí su nombre.

Los nuevos habitantes motivados por sus ingresos, compraron tierras y construyeron sus casas de madera siguiendo el estilo de la arquitectura canalera, pero dándoles el toque de los colores encendidos que combatían la nostalgia caribeña.

La arquitectura se caracterizó por la amplitud de las estancias y balcones, terrazas cubiertas con tela metálica contra de los mosquitos, espacios abiertos, sin cercas ni muros que impidieran ver lo que sucedía en la calle.

En la medida que iban terminando las obras en el Canal, muchos trabajadores iban eligiendo a quedarse a poblar barrios colindantes con las actividades agropecuarias que se extendían hasta el lugar conocido como La Pulida.

Testimonia un viejo documento de la Junta Comunal, que fueron los propietarios de las fincas originales personajes de la época como Germán De la Guardia, Elisa Remón de Espinoza, Carlos Von Lindemar, Peter Mckeller e Isabel Martínez de Quezada.

Fue en 1927 que una primera escuela se instaló en la casa del vecino Valentín Brooks en una calle que al poco tiempo se convirtió en un hervidero de pequeños comercios, con tienditas al por menor y talleres de auto.

En 1933 se hizo un primer intento de convertir a Río Abajo en corregimiento, no obstante, esos los esfuerzos fructificaron hasta el18 de junio de 1937 cuando mediante Acuerdo Municipal N°20 se le concedió esta categoría. Eso fue hace 87 años.

Arde la leyenda

La Boca Town recibió su nombre de la madera con que se construyeron las barracas que procedían del desmontaje de las viviendas que habían ocupado en el barrio de La Boca en la Zona del Canal.

Los multis iniciales fueron ocupados por los trabajadores antillanos desde 1904 hasta 1914, luego fueron desplazados de las áreas revertidas a Río Abajo para dar paso a los dúplex diseñados para los zonians.

En La Boca Town y viviendas similares, la población se incrementó hasta el hacinamiento como resultado del Movimiento Inquilinario que entre 1925 y 1932 causó caos y violencia por aumento en los arrendamientos que resultó en la movilización de gente del Arrabal.

Generación tras otra abarrotó las barracas hasta el 21 de febrero del 2002 cuando se dio una desocupación forzada.

En pocas horas el inmueble ardió como una pira de leña seca dejando todo reducido a cenizas y a la intemperie a unas 60 familias.

Dicen que el fuego que se inició en la barraca 2183 de donde se salió para consumir tres de los cinco viejos caserones hasta los cimientos.

Para que no se propagara se requirieron 10 carros bomba y 3 ambulancias para atender a los sofocados, milagrosamente ningún muerto.

Se necesitaron además, 150 unidades de la Policía Nacional para devolver el orden a la situación de desesperación de la gente que veía sus hogares arder y escuchaba los tanques de gas estallar.

Empezó cuando unidades de la Policía intentaron ejecutar una orden de lanzamiento emitida por la corregiduría a solicitud de la empresa Hiberpan, S.A, propietaria del inmueble.

Las acusaciones de quién inició el incendio fueron mutuas.  Los residentes aseguraron que fueron unidades de la Policía, que por cierto, rechazaron los señalamientos a la vez que procedieron al arresto es un residente señalado por su exceso de fogosidad.

El posible perpetrador, cuya identidad ya no viene el caso, tendrá hoy unos 40 y tantos años.

Panamá Este y Oeste fueron el destino final de muchos damnificados del siniestro que dejó un solar que permanece desocupado, y fue un inicio del desplazamiento de la población original.

Con el aroma del mar

Ahora el fuego abrasa el pescado frito, arroz con coco, mariscos en escabeche, saus y torrejitas de bacalao con una botella de picante como centro de mesa.

Así se decoran las fondas que por décadas han ocupado el Parque Sidney Young de calle 13.

Establecida formalmente en 2010 como la Vereda Afroantillana fue declarada en 2012 parte de la Ruta del Corredor Cultural Caribe Centroamericano y primer lugar emblemático del capítulo Panamá designado ‘Corazón Afrodescendiente’ por la Organización de Estados Iberoamericanos.

Ahí se preserva la gastronomía isleña cuyo arte culinario resurge cada mes de mayo cuando la etnia negra desfila para celebrar sus múltiples facetas culturales.

Un día como hoy

De aquellas residencias con piso superior de madera van quedando pocas en pie, y las que son como inquilinato presentan un deterioro irreversible.

Las nuevas generaciones de afroantillanos ya no hablan inglés y menos francés como lo hicieron sus antepasados.  Los señores ya no visten pantalones de colores vivos y las señoras solo volvieron a cubrir sus cabezas con turbante con motivo de la pandemia.

Con una población de unos 30 mil habitantes, Río Abajo confronta los problemas típicos de los centros urbanos: tranque, comercio informal y ruido, más la lucha de los pocos espacios verdes que quedaron en el área.

La recuperación de 8 edificios del Complejo Victoriano Lorenzo, antes conocido como La Porqueriza, la renovación total de las instalaciones del Gimnasio Reynaldo Grenald, la recuperación del Centro de Desarrollo Infantil y de la Infoplaza, más 1,360 metros lineales de aceras y veredas-calles para que los residentes se desplacen, son algunos avances recientes.

Empresas inmobiliarias tienen la vista puesta en la adquisición de pequeñas propiedades para juntar varias y apostar a la construcción de altos edificios de departamento en un corregimiento que ahora está en el corazón de la capital.

Aun entidades bancarias, nuevos comercios y pequeñas empresas, el futuro del barrio, la identidad que dio vida, continuarán en la memoria de quienes permanezcan ahí o continúen su tránsito.  Es la evolución de una historia de origen antillano vivida por los abuelos y contada a los padres.

Negro estuve y negro fui, negro crecí y negro estoy, -bien recita el verso

del poeta, folklorista y activista Carlos Francisco Changmarín:  Negro Soy de Panamá.

Negro lucho hasta la muerte; negro con ella me voy.

Negro vine de los mares en la noche colonial, negro como no hay ninguno y más negro en el canal.