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Publicado en: junio 12, 2023

Una ‘Bella Vista’ en permanente transición cumple 93 años

En una zona pantanosa a tres kilómetros de la comunidad extramuros y más allá de Calidonia, se gestó Bella Vista en los albores del siglo pasado.
 
Era 1913 cuando el predio quedó delimitado, al norte por el puente sobre la quebrada Tumba Muerto, ahora Matasnillo, al este con la playa Los Cocales bordeando la bahía de Panamá y al sur con el camino de Las Sábanas, hoy calle 42.
 
En su inicio, los terrenos fueron propiedad de la Compañía del Canal de Panamá de Estados Unidos, constructora de la vía interoceánica, que inició el desarrollo rellenando áreas pantanosas.
 
En 1911 los terrenos fueron adquiridos por el comerciante español, José María G. Sierra y vendidos al inglés, William George Gillingham.
 
En 1914, Gillingham traspasó la finca a la empresa Panamá Land and Developing Company, representada por Arturo Müller y Eric Barham.
 
Entre el 1914 y el 1916 se parcelaron y se vendieron los terrenos.
 
En febrero de 1917 el Gobierno Nacional procedió a resarcir a la compañía inmobiliaria con $36,213.50 tras el reclamo por la construcción de la infraestructura. Era presidente, Ramón Maximiliano Valdés.
 
Este proceso continuó hasta finales de 1918 cuando el estadounidense Minor Cooper Keith adquirió el resto de la finca de unas 50.5 hectáreas por un valor de $126,160.34. Eso fue a unos $4 por metro cuadrado.
 
En marzo de 1920, Edmund George Ford, en representación de Keith, entregó las calles públicas, parque, sistema de acueductos y alcantarillados.

La vista bella de Bella Vista

Hacia 1925 Bella Vista se volvió un atractivo para la clase acomodada panameña cuyos recursos permitieron dar armonía al barrio.
 
Fueron los primeros residentes recordadas figuras como Carlos A. Mendoza, Ricardo Bermúdez, Ricardo J. Alfaro, María Ossa de Amador, Rodolfo Chiari y personajes de apellidos como Heurtematte, Lewis y Pacheco.
 
Provenientes de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, familias con vínculos laborales con el Canal de Panamá se sumaron a esa próspera comunidad.
 
En 1927, un comité de embellecimiento presidido por Joaquín José Vallarino se inspiró en dar mayor esplendor al área.
 
El recordado decano de la arquitectura nacional, Samuel Gutiérrez describe Bella Vista como nadie, “un amable urbanismo: amplias avenidas y calles arboladas, casas con techos de tejas, arcos en puertas y ventanas, discretos balcones, rejas decorativas de hierro, y una aplicación extensiva de detalles arquitectónicos a manera de vestidura estilística, como era corriente en esa época”.
 
Como si la belleza del Casco Antiguo se hubiera contagiado por el barrio de La Exposición y alcanzara el corregimiento que justificó su nombre.
 
En los años de 1950 llegaron al barrio comercios, modificando su aspecto y en 1960 los espacios residenciales empezaron a combinarse con edificios de departamentos.
 
Destacan los edificios ‘Sousa’ e ‘Hispania’, vecinos del Parque Urracá que fueron construidos por Julio N. Sousa y Ricardo J. Alfaro, en cuya planta baja aún se resguarda el archivo histórico del conocido estadista.
 
Fueron diseñados por Wright & Schay con conceptos similares.
 
Para el arquitecto e historiador Eduardo Tejeira, “ambos edificios presentan volumetrías muy complejas y una plétora de detalles pintorescos: revestimientos que parecen calicanto colonial; barrotes torneados; aleros de teja”.
 
Reconoce el experto un estilo español-californiano que le dio un especial carácter, unidad e identidad, elementos que definieron la arquitectura de un período reconocido como ‘bellavistino’.
 
La urbanización incluyó un gran espacio público de casi dos hectáreas y media llamado parque Perú, hoy parque Urracá.

La lucha por preservar el barrio

Varias versiones populares surgen en torno al origen de su nombre.
 
Una simple, deriva del nombre de la empresa constructora de viviendas de propiedad de un estadounidense.
 
Otra, más romántica, es que fue inspirado en la panorámica que se podía disfrutar desde el punto más alto de La Colina, ahora sede de la rectoría de la Universidad de Panamá.
 
Por cierto, hacia 1928, el terreno era parte de una finca propiedad de los herederos de Manuel José Hurtado, que la distribuyeron en proyectos varios, entre esos, el Campus de la Universidad de Panamá.
 
Bella Vista fue convertida en corregimiento por Decreto Alcaldicio N°12 del 12 de junio de 1930.  Se acerca rápidamente a su centenario de creación.
 
El urbanista Álvaro Uribe destaca a Bella Vista como el modelo que precedió el transporte colectivo con servicio de tranvía que iba desde San Felipe hasta La Sabana, Pueblo Nuevo.
 
Resalta la eficiencia de los ramales rumbo el área del Casino en La Exposición y otro hacia el Hospital Santo Tomás, donde movilizó al pueblo hasta su cese de operaciones 1941.
 
El tiempo ha potenciado el área como un lugar de céntrica actividad nocturna y una amplia oferta en el negocio de la gastronomía.
 
Esa presión amenaza con desaparecer uno de los barrios más emblemáticos y significativos de la ciudad de Panamá, su imponente belleza y armonía urbanística.
 
Su codiciada ubicación, alentada por su trazado hace de este corregimiento objeto de una continua transformación en materia de usos de suelo, con feroz poder, a partir del boom inmobiliario de los años 1970.
 
Historiadores, arquitectos, expertos en desarrollo urbano y amantes de la cultura urgen de la toma de decisiones para proteger y preservar la esencia de sus barrios como parte del patrimonio de la ciudad de Panamá.
 
“Susurra el tiempo yermo sobre los fríos techos, que ya, no son los mismos.  Emblemático Barrio de Bella Vista.
 
El Tiempo, camina por tus calles y se sustrae, cauteloso, de las húmedas sombras de tus añejos árboles.
 
Del sol, entre portales.
De los miedos nocturnos sobre la amplia avenida.
Del recuerdo de balcones saturados de flores.
Destruidos, hace ya mucho, en manos del progreso”.
Así rezan los versos de nostalgia de la poeta María Lourdes Barsallo en su obra, Rostros de la Ciudad.